Cuando hablamos de negación hablamos de un mecanismo de defensa que se encarga de desconectarnos de la realidad; como una herramienta para prevenir el sentir dolor o momentos incómodos. El no reconocer el problema o la situación que vivimos, se traduce a no tener que responsabilizarme de mis actuaciones y por ende seguir esperando que las cosas cambien sin yo tener que modificar mi conducta, llevándome esto a tocar fondos emocionales, físicos y espirituales.
La adicción es una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia hacia una sustancia, conducta o relación.
Es un trastorno mental crónico y progresivo que conlleva un patrón de funcionamiento desadaptativo con deterioro significativo, pudiendo afectar toda la vida de una persona y llevarla a desconectarse y evadir su realidad a través de una gratificación instantánea, anestesiando emociones y sentimientos; pero luego de que pase ese periodo de euforia, llega un sentimiento de vacío crónico.
Por eso se habla muchas veces de la conveniencia por parte del adicto de vivir en negación. Si no reconozco que tengo un problema, aunque esté destruyendo mi vida, no tengo que hacer cambios que, aunque duelan, me llevaran a conocer y entender mi enfermedad y aprender a vivir la vida de una forma sana, alerta y digna, viviendo constantemente en el presente y en total armonía de cuerpo y alma.
La negación muchas veces trabaja como el abogado de mi adicción; el abogado que se encarga de justificar una acción, negar la enfermedad y convencerme a mí y a todos de que no tengo un problema y que mis acciones no repercuten en otros; a convencerme de que no necesito ayuda ni mucho menos renunciar a mi método de gratificación instantánea. Con estas justificaciones falsas, pero convincentes llego a desviar mi estado de consumo y el deterioro significativo que estoy viviendo en el momento para no conectar con esa realidad dolorosa o incómoda. Muchas veces la negación nos lleva a tocar fondos dolorosos, vergonzosos y hasta fatales que nos indican que solos no podemos salir del túnel y que es necesario llegar hasta ese punto, que en casos extremos no tiene retroceso, para reconocer la magnitud del problema y entonces pedir ayuda.
Nos hacemos expertos creando historias y justificaciones que nos autoengañan, llevándonos a vivir constantemente en desasosiego, dañando todo lo que nos rodea, familia, trabajo, amigos, pero sin darnos cuenta de que poco a poco estamos presagiando y arrastrando nuestras vidas y las de todos a mi alrededor a un espantoso final. Una de las justificaciones más comunes que los adictos utilizan es: “yo puedo parar de consumir cuando quiera” y entonces surge la pregunta: ¿si consumo y pago consecuencias de manera recurrente, ya que no puedo controlarlo, por qué continúo consumiendo?
Y ahí es donde se detonan un sin número de justificaciones que me llevan a darme ese primer trago convenciéndome de que “”para un adicto un trago es demasiado y mil no son suficientes.
Otra de las justificaciones que nos encantan en este estado de negación es el de culpar a nuestro entorno de todo lo que nos pasa, de mis miserias y mis razones para consumir, ya que de esta manera no tengo que responsabilizarme ni de mi consumo ni mucho menos de las consecuencias que esto genera.
Recuerdo una vez un paciente que llego a consulta bajo los efectos del alcohol; estaba perdida, desubicada, arropada por la ira y la frustración con la convicción de que ese día iba a ser su último trago. Al día siguiente, y ya en estado de sobriedad que dialogamos sobre el tema, la convicción ya se había esfumado y la enfermedad hablaba por ella. Recuerdo ese día como ayer, sus palabras de no quiero ayuda, yo puedo sola, eso no me vuelve a pasar, si yo quiero parar solo tengo que parar, yo controlo el consumo. Más adelante y junto con sus familiares hizo una fiel promesa que no volvía a consumir ni que iba a poner su vida o la de sus familiares en riesgo. Esa misma noche, ante el primer desacuerdo, la paciente consumió alcohol con la idea de que necesitaba algo para relajarse después de tantos días de caos.
Todas sus consecuencias y momentos dolorosos por el consumo se desvanecieron. Solo recordaba lo lindo o placentero del consumo. Aquí vemos una fiel historia del famoso círculo vicioso. Un constante proceso de negación y autoengaño que solo lleva al dolor y la desesperación.
La vida pasa sin darme cuenta de que vivo en una insanidad constante: repitiendo el mismo comportamiento y esperando un resultado diferente y viviendo desconectado de la realidad, pero sufriendo consecuencias catastróficas.
Cuando nuestra realidad duele, o pasamos por momentos incómodos, nuestro cerebro automáticamente busca vías para no sentir, y ahí es cuando entra la negación, siendo este el primer obstáculo para elegir una vida con propósito y para iniciar una vida en recuperación, admitiendo que tengo una enfermedad, reconociendo que algo no está bien y así iniciar un proceso libre de ataduras. En este proceso, decido quitarme las vendas de los ojos y empezar a modificar esos patrones de comportamiento, atravesar el dolor, alejándome de la comodidad, de lo que conozco y así disfrutar de una vida plena y feliz.
Siempre he dicho que cuando decido entrar en aceptación y mirar adentro es el mayor acto de valentía y coraje, pues ahí inicia mi camino de amor propio y compromiso conmigo.
La recuperación empieza cuando se rompe la negación y se crea consciencia de la enfermedad, lidiando con emociones y sentimientos de manera asertiva y modificando mi conducta; optando por un estilo de vida saludable e integrándose a los grupos de autoayuda.
La recuperación es algo que se debe trabajar todos los días.
La buena noticia es que no estás solo y en donde quiera que estés tendrás una comunidad dispuesta a ayudarte.
Por eso es importante tomar la decisión de cambiar tu vida por una vida con propósito, viviendo un día a la vez, utilizando las herramientas de un programa de recuperación y sobre todo pidiendo fortaleza a tu poder superior.
¡No estás solo!